J. Germán López Quintero Profesor Titular
Director Ingeniería Eléctrica Universidad Tecnológica de Pereira
Correo electrónico: [email protected]

 

La Tierra se está sobrecalentando. Según datos de la Nasa, en 2019 la temperatura media fue de 0,980C más elevada respecto a los niveles preindustriales. El calentamiento global, provoca entre muchas cosas, la fusión de los glaciares y el incremento del nivel del mar, la desertificación y el aumento de fenómenos extremos como huracanes, inundaciones e incendios.

Muchas investigaciones han demostrado que estos cambios se deben a las emisiones antrópicas de gases de efecto invernadero en la atmósfera. El principal de estos gases, el gas carbónico, procede en más de un 90% del sector energético.

En 2015, a raíz de la COP21 de París, se firmó un acuerdo internacional para mantener, antes de finales de este siglo, el calentamiento global por debajo de 20C respecto a los niveles preindustriales y, de ser posible, limitarlo a 1,50C. Para alcanzar este objetivo, la herramienta principal es la transición energética, que implica cambiar de un sistema energético movido por combustibles fósiles a uno de baja o ninguna emisión de carbono, basado en las fuentes renovables.

El proceso de transición energética no es nuevo en la historia. En el pasado ya asistimos a otros grandes cambios históricos, como el de la madera al carbón en el siglo XIX o del carbón al petróleo en el siglo XX. Lo que caracteriza esta transición respecto a las anteriores es la necesidad de proteger el planeta de la peor amenaza que hemos tenido que afrontar y que tenemos que hacerlo lo más rápidamente posible. Este impulso ha acelerado los cambios en el sector energético: en una década (2010-2019) los costos de las tecnologías renovables han bajado en un 80% para la energía solar fotovoltaica y en un 60% para la energía eólica onshore.

Sin embargo, la transición energética no se limita al cierre progresivo de las centrales de carbón y al desarrollo de energías limpias; debe ser un cambio de paradigma de todo el sistema. Una gran contribución a la descarbonización llegaría desde la electrificación, para hacer más limpios también otros sectores, como el de transporte.

Todos lo percibimos: algo importante está sucediendo. Nuestras vidas están siendo alteradas en muchos sentidos de manera simultánea y produce vértigo. El premiado periodista Thomas L. Friedman, del New York Times, expone los movimientos tectónicos que están transformando el mundo. Para entender el siglo XXI hay que conocer las tendencias más importantes que operan ahora mismo en el planeta: la tecnología, la globalización y el cambio climático. Las tres se están acelerando, y esa aceleración está cambiando por completo la naturaleza del trabajo, la política, la geopolítica, la ética y la comunidad.

En el 2007 se produjo el gran punto de inflexión. Además del lanzamiento del iPhone, se produjeron grandes avances en los chips de silicio, el software, el almacenamiento y el trabajo en red, lo que creó una nueva plataforma tecnológica que está transformando desde la manera en que cogemos un taxi hasta el destino de nuestros países o nuestras relaciones más íntimas.

Existe una disparidad entre el cambio en la velocidad de cambio y nuestra capacidad para desarrollar sistemas de aprendizaje, sistemas de capacitación, sistemas de gestión, redes de protección social y regulaciones gubernamentales que permitan a los ciudadanos aprovechar al máximo estas aceleraciones y amortiguar sus peores efectos. Esta disparidad, se encuentra en el centro de gran parte de la inestabilidad que afecta en estos momentos a la política y a la sociedad, tanto en países desarrollados como en desarrollo. Esto probablemente constituya actualmente el reto de gobernabilidad más importante en todo el mundo.

Todo ello nos está ofreciendo nuevas oportunidades para salvar el mundo pero también para destruirlo.

Se pretende beneficiar el clima, la economía y la sociedad en general. La digitalización habilita las redes inteligentes y abre camino a nuevos servicios para los consumidores. Desde el punto de vista medioambiental, las fuentes renovables y la movilidad eléctrica reducen la contaminación, mientras que las centrales de carbón pueden ser reconvertidas a una perspectiva de economía circular. Además, por lo que se refiere a la sostenibilidad social, los nuevos empleos podrán absorber las labores de aquellas personas que hasta la fecha han estado trabajando en el sector termoeléctrico.

Es importante que la transición energética sea inclusiva y que nadie se quede atrás!!!.

 

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